PUBLICACIONES EN REDES 2023

El pensamiento tiene necesidad de silencio.
Byung-Chul Han (2014).
Cuando todo es leer, ver, escuchar, apenas dejamos espacio para reflexionar y crear. Todos los que nos invade desde fuera nos llena y no nos deja espacio para llegar a cosas nuevas que aún nadie pensó.

En la pareja necesitamos sentir libertad y sentirnos prioridad.

Trabaja con ilusión, pero no olvides trabajar.

La ilusión sin trabajo no se diferencia de cualquier juego de azar; el resultado será algo circunstancial y con muchas probabilidades de que se desvanezca tan pronto como llegó. La ilusión con trabajo no es solo la herramienta más certera para crear lo que se proyectó, sino que también es la que apuntala lo alcanzado con la sabiduría del esfuerzo.

<< Luchamos por una sociedad y una vida mejores, buscamos incesantemente caninos que nos lleven a la felicidad, pero ¿cómo ignorar que eso que más apreciamos, la alegría de vivir, será siempre como una propina? >>
Gilles Lipovetsky

<<El límite de lo que nosotros podemos aceptar es el límite de nuestra libertad>> (Brach, 2003).

El amor perdido puede ser doloroso, pero mucho más dañino es no haberlo vivido.
El que amó sabe lo que es querer y también lo que es perder. Para este será más fácil discernir entre lo que es y lo que no es, ya que, la persona que nunca los sitió, hasta el día que lo haga, podrá imaginar, pero nunca realmente lo conocerá.
La obligación de alcanzar la felicidad es uno de los mayores obstáculos para llegar a ella.
Creer que tenemos que vivir en un estado psicológico que no sabemos muy bien cómo es, pero que, por lo que nos dicen, es algo necesario para que nuestra existencia tenga algún sentido, nos hace permanecer de manera casi continua en un nivel de autoexigencia asfixiante.
La confianza se gana, no se regala.
Tener la seguridad de que quien está a nuestro lado no nos fallará es fundamental para convivir con alguien.
En nuestros días, dominados por la prisa y la poca aceptación del sacrificio, la tendencia es buscar lo mejor con el mínimo esfuerzo. Así, como hijos de nuestro tiempo, deseamos que quien nos acompañe nos ofrezca de manera rápida y sencilla todas las garantías posibles, para evitar preocuparnos por la temida traición, el doloroso desengaño y la odiosa decepción.
Eso tan anhelado solo es visible en aquellos vínculos que han perdurado durante muchos años, aquellos que se formaron en períodos largos de tiempo y dieron la oportunidad a los problemas de hacer acto de presencia. De esta manera, los implicados pudieron demostrar que, incluso en condiciones adversas, se podría contar con ellos.
No existen atajos para desarrollar algo tan especial e importante, algo que está en la base de las relaciones humanas válidas. No se puede obtener fácilmente lo que solo se genera lentamente y con mucha dedicación. Por eso, la confianza debe ser alimentada y cuidada para existir; no es algo que sea posible encontrar o adquirir como si fuera un producto de consumo cualquiera.
Bajo la tiranía del "más y mejor", agradecer lo que tenemos es una auténtica revolución.
La idea de que este mundo nos puede proveer de lo mejor, que no existe realidad a la que no podamos llegar, se extiende a casi todos los ámbitos de nuestra existencia. La mejor tecnología, las mejores experiencias e incluso a las mejores personas. Algo nos empuja a no conformarnos, nuestra imaginación nos ve con todo eso que está en alguna parte, con lo que nos muestra la gran ventana de los medios de comunicación, pero también con lo que nos llega a través de casi todas las bocas con las que hablamos.
En principio, buscar algo que pueda hacernos mejorar no sería un mal plan siempre que fuera un viaje con estaciones en las que parar. Si esto, como suele ocurrir, no es así, nos convertimos en obsesos de lo que creemos merecer y no en seres conscientes de todo lo que tenemos, lo cual para muchos es más que suficiente.
Cuando se le dice a ese mandato que uno se baja en la siguiente parada, este seguirá empujando. Los mensajes son muy duros y agresivos, pues intentamos refutar a esa supuesta gran verdad que nos lleva a abandonarnos al individualismo y al hedonismo. Sin embargo, para enfrentarlos, como todo acto revolucionario, necesitaremos de lo que esta fuerza nos está alejando: una idea clara de hacia dónde queremos ir y no la falsa promesa que nos dice que lo importante es avanzar hacia no se sabe dónde.
Perdonar al que nunca lo pidió es algo difícil de realizar. Más sencillo será entender y aceptar la debilidad que lo llevo a no pedirlo.
La disculpa real conlleva expresar que se tiene la motivación necesaria para arreglar el daño causado por la presencia o por la ausencia de determinados actos.
Cuando el que recibe la solicitud de perdón esta dispuesto a darlo, este lo hará porque estará decidido a confiar en el propósito del otro y, siempre con la necesidad de que los cambios prometidos sean palpables, a intentar restaurar lentamente parte de la confianza que se perdió.
Sin reconocimiento explícito del error y un propósito sincero de mejora será imposible que se inicie el proceso, pues dar la oportunidad de arreglar algo al que no quiere trabajar en ello tiene poco sentido.
Cosa diferente es la búsqueda del entendimiento de la debilidad que hace que la persona no pida ser perdonada. Eso no llevará a creer que se puede recuperar lo que se rompió, pero sí es posible que conduzca a conectar con el sufrimiento del incapacitado en reconocer sus fallos y que, a través de esto, el resentimiento pueda marcharse y que esté deje espacio a la aceptación.
Aprender a no equivocarnos es imposible, intentar no dañarnos por ello es indispensable.
La sociedad nos empuja hacia la quimera de la perfección, a buscar encajar en lo que entendemos por ideal, a huir de todo lo que se salga del molde de lo que se creo para medir cómo han de ser las cosas.
La exigencia de no fallar está condenada a no ser cumplida, ya que parte de la misma motivación que empuja a ella es la que nos dirá que siempre se puede ser más exacto, lograr más cantidad o hacerlo en menos tiempo.
Ante la realidad, la que nos dice que nunca seremos infalibles, nuestra mejor herramienta es la de la compasión con nosotros mismos, la de la búsqueda de una mejora sin dañarnos, entendiendo nuestra realidad de seres humanos imperfectos.
El hombre en su mediana edad debe enfrentarse a la pérdida de parte de lo que le enseñaron que es ser hombre.
El vigor va perdiendo su fuerza y, ante esto, hay dos posibles caminos. Uno es la loca defensa de lo que ya no puede ser retenido, el otro es dar paso a lo que hasta ahora ha quedado enterrado en su psique.
La idea de mostrar fortaleza, poder, sabiduría,... asociada a lo masculino se enfrenta al declive biológico. Ante esto, negarlo y buscar sustituir lo perdido con remedios insostenibles solo conducirá al fracaso y a la desesperación.
Mirar en su interior y buscar aquello que tiene aquel que ya no tiene el poder, pero sí tiene la fuerza de cuidar, ofrecer, apoyar,... es dar paso a ser un nuevo hombre; uno que ya no brillará por la fuerza que arrolla, sino por la fuerza que protege.
Los que recuerdan a los que vivieron en el pasado permiten a estos acompañarnos en el presente.
Amar a la historia, honrar a los antepasados, recuperar a los olvidados,... es poner al servicio de esos que ya no pueden hacerlo por sí mismos una de las capacidades más humanas, la de tener conciencia sobre lo que fuimos y somos.
Recordar es un acto maravilloso que solo nuestra especie puede hacer. Resistir a la fuerza del olvido está reservada a pocas criaturas. La naturaleza empuja a todos los seres para no dejar rastro en este mundo una vez sea abandonado, pero a nosotros, a los humanos, se nos dio el privilegio de mitigar esa inexorable deriva a través de la memoria.

La mejor nota del examen más difícil de mi vida es la que me dan sus miradas, sus besos y sus abrazos.

Arrepentimiento sin emoción no toca el corazón.
Disculpa sin sentimiento carece de arrepentimiento.
Una solicitud de perdón no puede ser válida si no cumple con unos preceptos básicos. Sin estos, dicha petición quedará simplemente en un disfraz, en algo sin más valor que cualquier fórmula de cortesía de las tantas que damos a lo largo de nuestro día.
Para que el acto señalado pueda ser útil, lo primero que se necesita es que sea reconocido claramente el error que se cometió y, además, que esto se acompañe de una amarga emoción. Aquí, la culpa intensa será la mejor aliada.
A lo dicho ha de añadirse un propósito de mejora claro, el cual, si busca ser creíble, deberá de ir aparejado de la puesta en práctica de lo comprometido. Esto último, para que pueda llegar a cumplir la función perseguida, necesitará mantenerse en el tiempo.
Centrar tu vida en el placer es hacerlo en la carencia.
Centrar tu vida en los vínculos es hacerlo en la presencia.
Satisfacer el deseo es eliminar ese impulso que nos dice "me falta algo", para, una vez allí, volver a experimentar lo mismo. Vivir en este lugar es hacerlo en un eterno vacío que ha de ser llenado sin que exista nada que pueda lograrlo.
Vincularnos es conectar con las mentes y los corazones, es crear un espacio que puede permanecer de por vida y que nos acompaña desde la primera hora del día hasta el último segundo de la noche.
Anhelar una relación humana profunda es echar de menos el amor que alguna vez nos dieron.
Es muy posible que aquel que recuerda alguna relación de pareja pasada que le hizo sentirse amado pueda usar a esta como referencia, tenerla como lugar mental al que querer volver.
Pero, aún no existiendo el punto de retorno que nos da el amor adulto, todos tenemos un amor inicial que, recordemos o no, nos enseñó por primera vez lo que es ser queridos, nos referimos al amor de madre, ese que siempre está en nuestro interior empujándonos para avanzar hacia el reencuentro con él.
Parte de ser fuerte es reconocer que se es débil.
La fortaleza nada tiene que ver con defender una supuesta capacidad de poder con todo: poseer todas las respuestas, ganar todos los dueños o nunca sucumbir ante la dificultad.
Aceptar que todos tenemos momentos en los que la vida nos sobrepasa, situaciones que nos hacen sentir miedo, inseguridad o vergüenza, a veces es difícil de reconocer; pero, solo si es así, nos liberaremos del peso de esconderlo.
Cuando la persona sabe entenderse con esa parte vulnerable, sin duda, será más fuerte. En ese momento, una actitud escurridiza que le lleva negar la evidencia dejará paso a una más valiente y directa, una que le impulsa a pedir ayuda, a compartir el dolor, a realmente enfrentarse a todo esto en lugar de guardarlo en las cloacas de su mente.
Valorar a personas importantes: hijos, amigos ,pareja, ... también implica sentir la necesidad de sacrificar por ellos cosas que sentimos importantes, pero que creemos que les pueden hacer daño.
Cuando lo que hemos dejado a un lado incluye nuestra propia moral, nuestros valores, esto puede causar un gran dolor, pues renunciar a lo que para nosotros es correcto también implica hacerlo a algo que es esencial, conlleva desechar una parte primordial de lo que somos.
Si el daño que este supone es reconocido, estimado y, además, se observan acciones claras destinadas a evitar que vuelva a aparecer, el propio malestar se verá minimizado y la relación fortalecida.
Sin embargo, si los beneficiados no son conscientes del coste que esas acciones de renuncia tuvieron, el puñal en nuestro ser penetrará doblemente. Nosotros nos habremos traicionado por alguien que, sin saberlo, también lo está haciendo.
Si me siento merecedor de todo, la vida será un examen continuo donde yo seré el examinador y los demás los evaluados. Los aprobaré solo si me dan todo, porque, lo que no sea eso, será igual a nada. Obviamente, la lista de suspensos será muy grande .
Ese absoluto perseguido no me hará especialmente feliz, pues para mí ese será el estado natural de las cosas, algo que siempre demandare y que realmente nunca encontraré. Así, mi día a día será una queja continua, una insatisfacción permanente, una pataleta constante.
Si soy consciente de que no soy merecedor de todo, la vida será un aula, donde todos somos maestros y alumnos. Siempre tendremos para dar y de lo que recibir, partes deseadas y no deseadas, momentos de ofrecer y de recoger. Lo importante no será buscar el sobresaliente, sino aprender y enseñar, con lo que me gusta, lo que no me gusta tanto y lo que me disgusta.
En ese compartir, muy de vez en cuando algunos de nosotros conectaremos de tal forma que sentiremos que nos acercamos a tener el total de lo que es posible obtener, pero siendo conscientes de que ni llega a serlo ni de que eso puede ser alcanzado siempre, pero sí de que es una gran alegría que se nos ofrezca la oportunidad de vivirlo, pues nada garantiza que eso deba de ser así.
No es lo mismo ser el único que ser único.
Sentir que solo estoy yo, que todo me pertenece, que lo merezco solo por el hecho de existir, es una forma básica e infantil de afrontar la existencia. Algo que debió abandonarse hace mucho, pero que, por desgracia para el que no lo hizo y para los que se relacionan con él, quedó presente.
Cuando la persona vive siendo consciente de que sus características son muy diferentes a las de los otros es porque es capaz de saber de que eso es una constante en el ser humano. Cada uno de nosotros somos irrepetibles en nuestra historia, valores, sueños, miedos, anhelos,... Yo y los demás, todos merecemos y desmerecemos, podemos dar y no dar, nos pueden ofrecer o no ofrecer.
Aquél que no sale de la idea de ser el especial estará condenado a la insatisfacción, ya que ese mundo imaginario que le debe todo nunca existirá y el que sí está se encargará de recordarle una y otra vez que nunca tendrá ese trato de ser casi divino.
Los que alcanzan la visión de que todos, a nuestra manera, somos especiales por ser diferentes, igual de diferentes, podrán agradecer aquello que este mundo les da, porque ese gran premio está, pero podría no ser así, nadie lo tiene ganado por ser quien es.
Si te exiges ser feliz, ya te estás castigando por no lograrlo. Si aceptas que no siempre puedes serlo, estarás más cerca de alcanzarlo.
A menudo vivimos bajo un mandato que nos esclaviza, el de tener sentir emociones positivas la mayor parte del tiempo y borrar de nuestra vida las negativas.
Pocas veces somos conscientes de la trampa que supone dicha exigencia, la que nos dice que tenemos que alcanzar algo imposible de lograr, algo que nos esperará junto a una gran carga de culpa para encontrarnos cuando el sentimiento de fracaso llegue.
El camino directo que nos marca esta norma es sugestivo, pues promete lo que todos anhelamos; ausencia de malestar y plenitud de bienestar. Pero, como muchos de los sueños que nos acompañan desde que ponemos nuestro pie en este planeta, sigue perteneciendo al terreno de lo fantaseado, no de lo alcanzable.
Si cambiamos el enfoque y pasamos al de ser comprensivos con nosotros mismos ante nuestra propia realidad, la de estar obligados a convivir con la dicha, la congoja, el amor, el odio y muchísimas otras emociones de las que es imposible deshacernos, ya estaremos comenzando a hacer algo supremo, a amarnos; darnos consuelo por tener que convivir con lo desagradable y, a la vez, animarnos por la suerte de sentir todo lo que nos motiva a seguir hacia delante.
Querernos, tener compasión con nosotros, con nuestra debilidad, con la gran dificultad que debemos afrontar al tratar con la ardua tarea de ser lo más felices que podamos a sabiendas de que es imposible, ya es un gran paso, uno enorme, uno que nos ayudará a conllevar lo que nos toca, a hacer que ese peso sea mucho más liviano y, a la vez, que quede más espacio para que la alegría, la confianza, el afecto,..., encuentren la vía por la que transitar.
La soledad real es la del que quiso evitarla y no lo logró, pues el que la escogió quedó acompañado de la posibilidad de no estar solo.
Cosa curiosa en el ser humano es que algunas de las verdades que creemos al observar sus comportamientos no siempre son tales al poner el foco en su interior. Así, dos personas que en apariencia estén viviendo una situación similar puede que la estén experimentando de manera muy diferente.
Si pensamos en aquel que decidió alejarse de los demás de manera voluntaria, es fácil afirmar que lo hizo porque pudo, puesto que solo así podría considerarse elección. Realidad esta que necesariamente debe estar unida a la existencia de esos con los que sí se podría estar relacionando.
Sentir que existe la capacidad de revertir lo que se ha elegido mitiga el posible dolor que esté produciendo lo que se vive. Así, estar solo sabiendo que se puede no estar, no es estar tan solo.
Disfrutar de la mente del otro y hacérselo saber es una de las mayores muestras de aprecio que podrás darle.
Habituales son las situaciones en las que nos unimos a otra gente, en las que entre todos buscamos darnos compañía, pero que solo lo logramos de manera superficial.
Es común socializar bailando, comiendo, asistiendo a eventos,.... Más difícil es tratar con personas que nos hacen ver que les interesa lo que sentimos y pensamos.
Son muchos los que anhelan compañeros en ese lugar tan suyo como es ese en el que habita lo que solo ellos pueden ver: miedos, sueños, preocupaciones, ilusiones, valores,...
Para esos seres que valoran la curiosidad por lo que es difícil mostrar y que muy pocos desean conocer, encontrar al que disfruta intentándolo es un premio difícil de igualar.
Cuando las baldosas que pisaba y creía roca desaparecieron y demostraron ser arena, todo lo que estaba ante mis ojos se convirtió en posible camino.
En momento así, podemos aceptar cualquier dirección, angustiarnos por encontrar la correcta o convivir con las dos experiencias.
No hay lugar por el que transitar o todo puede ser un buen sitio para hacerlo. Estoy perdido y en en la senda correcta. Soledad y libertad se muestran como mis compañeras.
Realidades opuestas y, a la vez, muy presentes en la vida de gran número de personas, la manera de vivir estas es muy diversa.
Casos habrá en los que domine solo una de ellas, muchos también en los que el paso de un lado al otro se de con bastante frecuencia, algunos serán los que lleguen a integrar a ambas y, por supuesto, en abundancia estarán los que pasan por todo esto en diferentes momentos.
Cuando tomo un decisión, siempre dejo algo que ya no será. Ante esto, el arrepentimiento y la culpa vigilantes quedarán.
Al coger con mi mano una opción entre las múltiples que en una situación pueden aparecer, la otra extremidad queda abierta sin agarrar el resto de las diferentes posibilidades que se dieron.
Lo que no se tomó podrá desvanecerse, retirarse de nuestra vida sin hacer ruido o, por el contrario, gritar con fuerza hasta llamar al arrepentimiento, pues este siempre responderá a esa sugerente idea de que lo que pudo haber sido hubiera sido una opción mejor.
Cuando me quitas mi capacidad de decisión, me conviertes en algo sin pensamiento ni sentimiento.
Cuando solo me queda ser el instrumento de otros, dejo de ser persona y me vuelvo un simple objeto.
Cuando no puedo hacerme responsable de lo que hago, el adulto que debí ser deja paso al niño en el que quedo.
Vivir en una forma activa y madura conlleva plantear opciones cuando se piensa y se hace. Así, negar la posibilidad de esto al prójimo es también hacerlo a su parte más humana, a esa parte esencial que lo lleva a ser una criatura que crea realidades.
Una vez no soy persona, no existe lo mío, solo queda lo del otro. Llegados aquí, lo que hubo del ser consciente ya no importa, solo queda un cuerpo capaz de procesar información; ahí es cuando mi diferencia con cualquier otro objeto se diluye.
De adolescente nunca imaginé que me esforzaría tanto en ser un adulto aburrido, ese al que siempre tuve claro que nunca querría parecerme.
Lo que en su día fue motivo de placer, ahora sería fuente de culpa.
Lo que hoy sería perfecto, años atrás fue una imposición difícil de soportar.
Tanto se nos dijo que ser así no era lo correcto que al final, sin ser conscientes, nos hicimos perseguidores de aquello que no quisimos ser.
El problema no es buscar el cambio y la mejora, pues crecer también va con eso, el gran mal viene cuando las formas de pensar y actuar se hacen cada vez más rígidas y estas nos llevan a esforzarnos en ser una copia perfecta de eso que en su día despreciamos y, consecuentemente, a evitar la culpa que en su día no tuvimos, pero que sí nos empujaron a tener.
No intentes entender al niño que fuiste con los ojos del adulto que eres.
En el mundo infantil, cuestiones que pueden pasar desapercibidas para los mayores es posible que tengan una gran importancia para los pequeños. Así, acciones aparentemente inofensivas pueden ser muy dolorosas, mientras que otras que se creen mayúsculas realmente ser insignificantes.
Lo que a menudo lleva a los menores a sentirse queridos, valorados y protegidos son minúsculos gestos cotidianos y frecuentes, palabras y acciones que para algunos pueden pasar por simplezas.
El adulto, por su parte, a veces cae en el error de buscar solo los grandes hitos, aquellos que rellenan su mente, pero que descuidan lo sencillo y cálido, lo que alimenta de verdad a los tiernos corazones de sus vástagos.
De igual forma, a veces son expresiones y formas de hacer que acostumbramos a soportar de nuestros jefes, parejas, compañeros,..., las que entendemos que deben ser igual de bien encajadas por los que todavía no tienen el bagaje suficiente como para hacerlo, sin reparar que el lugar desde el que estos últimos miran está hecho de afectos mucho más intensos y honestos.
Lo importante no es que me des lo mismo que yo te doy, sino que los dos pongamos lo mismo para darnos lo que nos damos.
Actuar de manera recíproca con el que valoras no va tanto de buscar intercambiar una cantidad exacta de favores, muestras de afecto o desvelos; más bien, se trata de que ambos hagáis un esfuerzo de igual proporción a la capacidad que tenéis para aportar.
Así, no es cuestión de cuánto podamos compartir, se trata de qué motivación tenemos por hacerlo, pues claro está, la fuerza que tengamos para ello podrá ser similar, pero también diferente.
Por tanto, importante será tener en cuenta que no será comparable el anciano al joven, el maduro al bebé, o el sano al enfermo. Pero tampoco parece idóneo olvidar que sí sería legítimo y sano solicitar un aporte igual a condiciones gemelas.