DOS FORMAS MUY DIFERENTES DE EXPERIMENTAR A LOS HALAGOS.

Los halagos, algo que algunos buscan, otros temen y de lo que muchos desconfían, pueden ser una experiencia gratificante y fortalecedora, pero también algo que dañe al que los recibe y a los que los ofrecen. De como sean experimentados estos dependerá de que solo sean un vehículo para la separación, el alimento del egocentrismo y la superficialidad o, por el contrario, algo que sirva para la unión, el respeto y la profundidad en las relaciones.

El halago es definido académicamente, de manera aproximada, como una expresión destinada a la satisfacción del orgullo o vanidad del otro. Desde aquí, parece obvio que, según sean interpretados estos últimos, se podrá entender la cuestión de manera muy diferente. Así, si atendemos a una de las acepciones de estos dos conceptos aplicados a la realidad que aquí se toca, esta nos dice que se trata de la estimación que la persona hace de sí misma, encaminada a sentirse superior a los demás. Sin embargo, si vamos a otra, esta nos hace ver que esto se dirige hacia algo propio o cercano a uno que es considerado meritorio. Por tanto, dependiendo del significado que se escoja podremos estar hablando de algo sano o insano para el que lo recibe y los que están a su alrededor o todo lo contrario.

El primer modo al que se hace referencia nos habla de cómo experimentan el halago las personas con una tendencia narcisista más acusada, las que se sienten dueñas de estos halagos y los buscan como una forma de reivindicar ese “derecho” que siente poseer. Desde aquí, lo que se obtiene del otro solo sirve como combustible para la separación, para que el receptor se sienta como ese ser especial de enorme valía que, aunque él la de ya previamente como poseída, siente como necesario que sea reconocida. Por supuesto, esto, lejos de ser sano para él, solo será un lastre más en su deficitaria personalidad, un ancla en una forma primitiva de vivir el afecto, lo que inevitablemente le arrastrará más a ese mundo de extremos en el que él será eso tan grande que cree ser o no será nada.

Cuando ponemos el foco en la otra forma de orgullo y, por tanto, de halago, este es visto como un conjunto de sentimientos y pensamientos asociados que hacen que la persona valore lo meritorio. Aquí no hablamos de separar, sino de unir. Descubrir que otras personas son capaces de ver y tocar algo a lo que uno mismo estima es saber que estas están viendo lo que no todos ven, que están siendo capaces de conectar con cosas internas y muy propias; ideas, valores, anhelos,... que a menudo han pasado de largo para muchos otros. Esto, sin duda, nos une, nos hace estar más cerca y, por tanto, fortalecen nuestra idea de que nadie es más que nadie y de que todos tenemos algo que aportar.

En definitiva, se puede afirmar que esta realidad, la del halago, tiene dos formas muy diferentes de ser vivida, dos caras que se mostrarán según diferentes factores como son la personalidad de quien los recibe, su momento vital y, por supuesto, el contexto cultural, familiar y profesional en el que estos aparece. Por lo tanto, no parece algo que deba rechazarse o ensalzarse de manera genérica, sin tener en cuenta las notables diferencias aquí señaladas.

 

Autor: Juan Antonio Alonso.

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