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AMOR Y SEXO, ¿JUNTOS O SEPARADOS?

Amor y sexo, dos grandes realidades que ocupan un espacio enorme en la vida de la mayoría de personas; dos fuentes de preocupación, satisfacción y frustración. Todos nos encontramos casi a diario con estos temas mayúsculos al acercarnos a los diferentes medios de comunicación, al dialogar con personas de nuestro entorno y, como no, al mirarnos a nosotros mismos. De igual forma, resulta sencillo intuir que existen muchas diferencias en en cuanto a la prioridad que cada interesado da al uno respecto al otro y, además, a la respuesta a una pregunta esencial; ¿la unión que a menudo hacemos de ambas entidades responde a la naturaleza real del ser humano o solo es algo arbitrario?

Con el objeto de comprender la variedad de maneras de vivir y entender a estas facetas tan importantes para el común de los miembros de nuestra especie y, además, de responder a la cuestión señalada, en este artículo revisaremos brevemente que se nos dice sobre este tema desde la ciencia, siempre con el ánimo de que aquel que se acerque a este texto pueda servirse de él para comprenderse mejor y, por lo tanto, ganar en capacidad de decisión.

 

Estructuras neurológicas diferentes.

Bien está empezar por intentar aclarar si realmente estamos hablando de cosas diferentes y, para ello, debemos señalar que, desde los conocimientos que existen sobre la fisiología de ambos conjuntos de procesos, sí parece que esto es así. Estos nos hablan de una estructura neurológica que sustenta la tendencia a que las personas se unan físicamente y otro para que se mantengan relaciones a lo largo del tiempo. Dicho en otro modo, uno parece estar implicado en lo que tiene que ver con la atracción sexual y otro con un sistema psicológico clave del cual se hablará más extensamente a continuación, el de apego, pudiendo considerarse como el sustento de lo que conocemos por amor.

 

Sistema de apego.

En cuanto a este último, en la actualidad, gracias a la base experimental que la apoya, es ampliamente aceptada la idea de que desde nuestro nacimiento estamos dotados de un sustrato biológico y psicológico que nos conduce a buscar la cercanía de nuestros cuidadores, el cual va desarrollándose a lo largo de nuestra vida para lograr que aquellas personas significativas sean refugio seguro y base estable para nuestro desarrollo.

Esto, si bien se mantiene desde la infancia hasta la adultez, sufre cambios muy importantes conforme avanzamos en nuestro ciclo vital, pasando de lo que se podría entender como la búsqueda de una relación complementaria o asimétrica en los primeros años, a otra más recíproca o simétrica en esa etapa en la que ya tenemos que enfrentar el reto de mantener una pareja estable. La evolución en esta manera de conectar con el otro nace a la par que al sistema inicial, el de apego, se le unen otros dos; el que nos lleva a la necesidad de ofrecer cuidados y el que nos empuja al apareamiento o contacto sexual.

Así, a pesar de que la conexión física de carácter erótico se asocia solo a este último modo de vinculación, podría decirse que la necesidad de contacto está presente también en el inicio, aunque aquí con otro fin. De esta manera, mientras en la infancia se observa una tendencia muy intensa a la búsqueda de intimidad física, a través de caricias, abrazos, proximidad espacial,..., en el enamoramiento inicial esto pasa a la forma de relaciones sexuales frecuentes y, conforme el vínculo se consolida, estas mismas se ven reducidas en frecuencia.

 

Realidades diferentes, pero con una relación muy intensa.

Hasta aquí, podríamos decir que, aunque está claro de que hablamos de dos cosas diferentes, amor y sexo tienen un nexo muy intenso, una relación cuyo génesis se encuentra desde nuestros primeras horas de vida, aunque, obviamente en formas muy primitivas de ambos sistemas en los albores de nuestro paso por este mundo. Con esto, la respuesta a la pregunta que ya lanzamos en el título, nos exigiría poner esta aclaración y así evitar confusiones o simplificaciones excesivas al respecto. Ahora, nos queda indagar en la otra parte, la que nos dice que no todos vivimos a estos dos entes de igual manera.

Lo descrito hasta ahora no es exactamente similar en todos los casos, pues existen factores importantes que determinan que para unos esta realidad sea diferente, cuestiones básicas a tener en cuenta que provocan que, mientras que algunos sigan el patrón señalado, otros no lleguen a integrar la parte afectiva o amorosa con la sexual. En esa diferencia, el estilo de apego se señala como algo esencial.

 

El estilo de apego influye en cómo se integra amor y sexo.

Para dar luz a esto último, aclaramos brevemente a continuación a que nos referimos con ello. Este alude a modos de relacionarnos con nuestras personas de referencia que vienen determinadas por experiencias previas y, sobre todo, por las vividas en la infancia. Las tres que aquí nos son importantes son las que se conocen como apego seguro, inseguro ansioso o inseguro evitativo.

Aquellos que se pueden encuadrar en el primer estilo, las que viven las relaciones afectivas con la seguridad de ser queridos y, de igual manera, con la de que también ellos son capaces de hacer lo mismo, integrarán ambas realidades en la forma en la que fue descrita antes. Sin embargo, los agrupados dentro del inseguro ansioso, también conocido como preocupado, tienden a usar el sexo como una herramienta que les asegure, ante el miedo a que sus parejas los abandonen fácilmente, el afecto de estas, no permitiéndose así que las dos entidades aquí tratadas sean vividas como algo realmente conectado. Por ultimo, aquellos que entran en lo que conocemos como estilo evitativo se asocian a lo contrario, aquí es la relación afectiva la que se usa para encontrar la gratificación sexual, pero sin un encaje afectivo verdadero.

 

Concluimos.

Así, por lo que sabemos sobre nuestro funcionamiento psicológico a la hora de vincularnos al otro, más el apoyo de los conocimientos sobre el sustento biológico que hay tras esto, podemos concluir que, aunque amor y sexo son diferentes sistemas, estos tienden a relacionarse de una forma bastante intensa. Parece claro también que la manera en la que esto ocurre varía a lo largo de nuestra vida y conforme las mismas relaciones de pareja evolucionan, y que , además, es bastante diferente entre unas personas y otras. Igualmente, puede notarse que es en aquellas en las que sus experiencias vinculares han formado un estilo de apego más seguro en las que ambas realidades se conectan realmente.

Lo dicho conduce a la idea de que no parece sano ni recomendable desligar una cosa de la otra, pero que, igualmente, no aceptar que para algunas personas esta separación puede darse esporádicamente o con carácter permanente también sería negar la verdad de muchos seres humanos. Por lo tanto, como en casi todas las ocasiones, parece que la opción más sana sería la de reconocer la diversidad humana y respetar la diferencias.

Bibliografía consultada.

Hazan, C., & Zeifman, D. (1994). Sex and the psychological tether. Advances in personal relationships, (Vol. 5, pp. 151–177). London. Jessica Kingsley Publishers.

Diamond, D., Blatt, S.J., & Lichtenberg, J.D. (Eds.). (2007). Attachment and Sexuality (1st ed.). New York. Routledge. https://doi.org/10.4324/9780203837566

Birnbaum, G. E. (2015). Like a Horse and Carriage? The Dynamic Interplay of Attachment and Sexuality During Relationship Development. European Psychologist. Vol. 20(4):265–274. DOI: 10.1027/1016-9040/a000237

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