publicaciones en redes 2021 I

Existen soledades poco visibles, ocultas ante la mirada de muchos, solo percibidas por aquellos que las padecen.
Estas son vividas muy a menudo únicamente por las personas en las que estás habitan, ya que, aunque intenten mostrarlas, son muy pocos los capacitados para verlas.
Una soledad de estas, de las poco tenidas en cuenta, es la que vive el que sufrió y no encuentra con quién compartir ese dolor, no por no tener a nadie, sino porque los que están desconocen cómo es sentir algo así.
Sí, soy yo, con mis miedos, con mis debilidades, yo.
Me acompañarán y serán parte de los obstáculos con los que vivir.
Aceptaré que no existe persona en la que no habite el dolor
Seré consciente de que el mío es el que he de llevar.
Entenderé que aprender a estar con él hará que la carga no sea tan pesada.
Fácil es ver en nuestra mente a la persona que se fue, a la oportunidad que se perdió y a ese amor que nos odió.
Más difícil, pero necesario, es sentir al que está, apreciar lo que tenemos y valorar al que queremos.
Nuestra atención atiende de manera muy intensa a la carencia. Lo Perdido y lo deseado ocupan un lugar central, remarcan aquello que haría nuestra vida mejor.
Tener en cuenta lo no presente, lejos de ser perjudicial, es útil. El problema aparece cuando solo se ve esto y no se observa todo lo que sí está.
Pararnos a ver la abundancia que nos rodea debería ser tarea fundamental, indispensable para disfrutar de ella, pero también para dar sentido a la ausencia.
Esas personas que saben rompernos solo hasta el punto de replantearnos lo que teníamos como seguro, sin llegar a resquebrajar el suelo que nos sustenta, son tan importantes como aquellas que nos dan una base firme e inquebrantable sobre la que posarnos.
Necesario es que nos hagan ver somos algo sólido, pero también que nos pongan ante la inesquivable realidad de que eso mismo es solo una quimera.
Que nos remuevan y agiten hasta extraer algo nuevo es algo que solo puede hacer un buen maestro. La fuerza debe ser la justa, el tiempo el necesario, el cariño imprescindible.
Mirar al pasado, a los que ya no están, es también hacerlo al hecho de que nuestra existencia es efímera.
Al contactar con los que nos precedieron, con el lugar del que partieron los que nos dieron la posibilidad de hacerlo a nosotros, podemos llegar a diferentes emociones y generar distintas ideas.
Nuestro paso por este mundo puede ser entendido como un sinsentido, un viaje a ninguna parte, o, de manera muy diferente, como un eslabón más en la cadena de vidas que van forjando un todo que evoluciona y crece.
Mirar la foto antigua de lo que fuimos nos lleva a lo que somos y seremos. Nos une a los nuestros y a lo nuestro.
No puedo disfrutar contigo si tú no lo haces conmigo. No eres un medio para mi bienestar, eres la persona con la que deseo vivir este momento.
Aquellos que viven las relaciones de manera adulta lo hacen desde una visión del otro como ser independiente, el cual escoge pasar tiempo, compartir conversaciones, tener experiencias comunes.
En el intercambio maduro existen una serie de emociones y pensamientos que nos indican que los dos estamos beneficiándonos de este. Aprendemos, descargamos, crecemos,..., de manera recíproca.
Cuando alguien busca que el otro le sirva para sus propios fines, ya sean más prácticos o más emocionales, sin importar que también él los reciba, estamos ante un tipo de relación muy primitiva y negativa, la que, lejos de aportar a ambos, basa la felicidad de uno en el perjuicio del otro
La persona perfecta no es la que siempre hace las cosas de igual manera, sin salir del molde. Eso estaría bien para definir a una máquina perfecta, pero no tanto para un ser humano.
La esencia de nuestra especie, lo que nos diferencia de otras, no nuestra fiabilidad. Existen animales, plantas e invenciones mucho más capaces que nosotros en ese aspecto.
Entonces, la perfección en nosotros va por otro camino. Decir con certeza qué es esta es complicado, pero sí podemos aventurarnos a pensar que, si con algo tiene que ver, no es con ser homogéneos en nuestro comportamiento.
Si algo nos diferencia del resto de seres y artilugios es nuestra mente y nuestra capacidad de usar esta para cambiar al mundo. Quizá esta sea la clave para entender lo más arraigado a nuestra esencia y, por tanto, lo que nos acerca a esa idealización llamada ser perfectos.
No existe persona fuerte que nunca se haya sentido débil. Imposible es encontrar a alguien moderado que no pase por momentos de extremismo.
Todos, por muy racionales, maduros y civilizados que seamos, tenemos momentos de algo muy diferente. Ni es posible ni deseable movernos únicamente en un estado de total equilibrio.
Dentro de nosotros existe una parte más infantil que aparece en ocasiones. Una faceta que emerge en forma de pataleta, de sensación de vulnerabilidad, de necesidad de ser tenidos en cuenta.
A veces, para saber cuál es la mejor opción, es más fácil sentir que pensar.
Son tantas las ideas que suelen asaltar nuestra mente ante situaciones complejas que no siempre es fácil discernir si lo que viene es realmente nuestro o es de los otros.
Es común enredarnos en una serie de razonamientos que, más que eso, se convierten simplemente en un laberinto del que es complicado salir.
Importantes son las ocasiones en las que nos vemos obligados a escoger y en las que nuestra mente nos ataca con pensamientos que no nos dicen a qué lugar ir.
En esos momentos, cuando el ruido mental parece ensordecernos, si escuchamos bien, es posible que lo que sentimos sí nos diga donde ir.
Todos somos agresivos en ocasiones. Negarlo solo te llevará a serlo contigo mismo por no haber podido evitarlo.
Es algo muy señalado por la psicología que el ser humano tiene el impulso de golpear, morder, romper,...
Al igual que existe la tendencia a querer al otro, también está la que lleva al odio. Son dos facetas que desde el comienzo de la vida están ahí.
El que esto se de no implica que no debamos intentar regularlo. Lo contrario, eso es algo que debe ser canalizado para que sea usado de la mejor manera.
La agresividad desbocada destruye y genera dolor. Sin embargo, la que está bien enfocada será un mecanismo de control de aquellas situaciones extremas que de esta requieren.
Intentar regular esta parte simplemente anulándola, negándola, diciéndonos que no es nuestra, lo único que nos llevará es a redirigirla hacia nosotros en forma de culpa.
También nuestra mente necesita estar ordenada. Los miedos, la culpa, la tristeza,...., cada cosa en su estante.
Poner nombre a todas esas cosas que tenemos dentro, darles un lugar y conocer su funcionamiento, hará que las entendamos y las usemos de la mejor forma.
El desorden conlleva perdernos en montañas de pensamientos y emociones, relacionarnos con ellas de manera caótica, vivir saltando entre ellas.
Si nuestro interior es un lugar limpio, accesible, en armonía,...., igualmente será muy probable que nuestra vida sea así.
Parte de lo que significa ser una persona adulta es entender que no podemos cargar la responsabilidad de nuestra felicidad en el otro.
Pedir, ofrecer, rechazar,..., son formas maduras de relacionarnos. Cuando estas son sanas, la negociación entre gente que se ve como igual es su esencia.
En el momento en el que alguien entiende que su pareja, amigo o compañero está obligado a darle lo que necesita para alcanzar su bienestar comenzamos a vivir de una manera insana y desequilibrada.
Si, además, existe aquel que cree que su deber es estar en ese lugar en el que su función principal es dar, sin tener en cuenta sus propias necesidades y deseos, la desdicha está asegurada.
Hoy tomamos como incompatibilidad lo que en el inicio fue una simple diferencia.
A menudo disputamos y luchamos por cuestiones en las que parece imposible encontrar una zona en la que alcanzar una reconciliación sincera.
Podemos llegar a un punto en el que no entendamos cómo es que alguna vez pudimos disfrutar siendo tan distintos.
Defender nuestra verdad e intentar que el otro se doblegue a ella, no solo nos llevará al fracaso, también destruiría lo que tenemos.
Pelear por aceptarnos y respetarnos en la diferencia es la otra alternativa, la única que nos puede llevar a disfrutarnos como ya lo hicimos en su día.
Todos necesitamos esas manos que nos empujan, esos brazos que nos cobijan y esa boca que nos habla.
El ser humano sano se alimenta de la relación íntima, no puede desarrollarse sin aquellos con los que compartir apoyo, afecto y conocimiento.
La mente sana busca compartir, ayudar y ser ayudada. No hay personalidad equilibrada sin otras con las que poder llevar a cabo dicha labor.
En todos nosotros habitan aquellos que nos quisieron y fallecieron, pues estos siguen aquí y ahora en lo que somos, hacemos y recordamos.
Nuestra personalidad está forjada por múltiples experiencias. Sin duda, aquellas que se dieron con las personas que estuvieron con nosotros en los momentos más importantes son las que más la marcaron.
Padres, abuelos, amigos,..., seres esenciales con los que fuimos entendiendo lo que es vivir, gente que nos dio lo necesario para ser nosotros, ya nunca nos abandonaran.
Cuando aquellos que moldearon nuestra forma de ver el mundo se van, es imposible que lo hagan del todo. Seguiremos pensando, actuando y, en definitiva, viviendo con ellos.
Vivir tomándonos en serio todo lo que pasa por nuestra mente, no solo es agotador, también es insano.
Lo que pensamos y sentimos puede ser entendido como algo que tiene que ser explicado, resuelto, desechado,.... En ese caso, es raro el momento en el que no estemos trabajando en ello.
Entendido así, el esfuerzo dedicado a las tareas señaladas será muy importante. Lo que vivimos dentro de nosotros rara vez para y es mucho lo que esto puede abarcar.
Además, en numerosas ocasiones, lo que buscamos al involucrarnos con lo que nos hace sufrir, lejos de ser alcanzado, cada vez se aleja mas. No siempre podemos lograr entender, controlar o eliminar eso que molesta.
Así, relacionarnos con nuestra realidad interna como si esta fuera siempre algo literal, una realidad que debemos de atender en todo momento, nos llevará a estar exhaustos y a un estado de malestar creciente.
Lo que hacemos, pensamos y sentimos no siempre es por una razón que conozcamos realmente. A veces sabemos mucho, algunas poco y otras nada, pero casi nunca somos conscientes de la totalidad.
Debajo de la mente que podemos observar hay un mundo que no siempre es visible. Cuanta más luz podamos poner ahí, mayor sabiduría tendremos.
Preguntarnos por nosotros mismos, aprender de lo que hay tras lo evidente, reflexionar sobre el origen de lo que experimentamos, nos ayuda a crecer profundizando.
Es difícil dar lo mejor de ti si no estás totalmente convencido de estar luchando por lo que tienes que hacerlo.
No siempre tenemos la claridad necesaria para saber que encajamos donde estamos. A veces lo entendemos rápidamente, en otras ocasiones esto es mucho más costoso.
Puede darse que nos veamos envueltos en trabajos, relaciones, actividades,..., que, si bien trabajemos para avancen, nunca acabemos de sentir como nuestras.
Por supuesto que es posible pelear por algo en lo que no llegamos a estar convencidos. Pero, sin duda, no lo haremos con la misma intensidad y cariño como cuando la percepción de que es eso no deja lugar a dudas.
Una segunda oportunidad puede ser la versión mejorada de la primera. No la rechaces sin más, puedes dejar pasar una gran oportunidad.
En ocasiones, tendemos a no querer probar esa comida una vez no nos gustó, hacer ese viaje a aquel lugar en el que no fuimos muy felices o no escuchar esa música que no nos fue agradable en otro tiempo.
De igual forma, es frecuente negarnos a volver a esa relación en la que la algo no fue bien, pensamos que si no funcionó ya nunca podrá ser, que es inútil intentarlo otra vez.
Obviamente, si no cambió nada, el volver a lo mismo no tiene mucho sentido. Pero, la comida, el viaje, la música, la otro persona y nosotros mismos podemos cambiar. Si eso fue así, quién sabe, lo de ahora podría ser mucho mejor que lo que fue la primera vez.
Encajar en un grupo siendo alguien diferente no te reportará lo que buscas. Ser tú y buscar el lugar en el que encajar te acercará mucho más.
Nuestra identidad, cómo nos entendemos, la forma que tenemos de vernos en el pasado, presente y futuro, aunque cambiante y flexible, debe ser estable para poder ser sana.
Los ambientes sociales no siempre están abiertos a cualquier forma de pensar, sentir y actuar. Los hay más y menos receptivos. Por desgracia, puede darse la circunstancia de vernos cerca de uno de estos que lleva mal lidiar con lo que se sale de un determinado criterio.
Buscar aparentar que somos algo diferente a lo que entendemos como nosotros, no solo nos llevará a no sentirnos bien, sino que nos pondrá en una posición de sumisión ante los otros. Esto, lejos de ayudarnos a encontrar la ansiada aceptación, nos conducirá hacia la sensación de no pertenecer a ese lugar.
Todos vivimos en una historia, la nuestra, enlazada con la de muchos otros. Leerla nos ayuda a entender lo pasado, pero también la manera de estar en el futuro.
Es esencial para cualquier persona poder sentirse protagonista de lo experimentado, saber que tuvo mucho que ver con las decisiones tomadas y las acciones desarrolladas.
La forma en la que entendemos como nos relacionamos, pensamos y sentimos, nos dirá mucho de nuestras maneras de actuar más adelante. No como algo fijo que no pueda ser modificado, lo contrario, como un guion en constante ajuste.
Párate y observa lo que tienes dentro. Mira de frente a tus tormentos. Hazlo también con lo que te impulsa y cuida. Solo conociendo lo que en ti habita podrás escoger a qué tomar en consideración.
Para el ser humano es esencial dedicar tiempo y esfuerzo para atender a lo que hay en su interior. El aprender a diferenciar entre lo que nos ayuda y lo que no es un paso imprescindible para no dejarnos guiar por esos pensamientos y emociones que, lejos de ayudar, nos conducen a un camino de malestar con poca o nula salida.
No solo es la persona, también es el momento. Todo tiene su tiempo y no siempre es el ideal para que nuestras mentes y corazones puedan quererse y entenderse.
Importante es que exista entre nosotros lo necesario para conectar, pero no menos valioso es que estemos en la etapa de nuestras vidas adecuada para ello.
Por desgracia, a veces el hombre o mujer correcto llega inoportunamente. Por suerte, no siempre nuestro camino tiene separarse de manera permanente.
Aunque partes nuestras permanecen casi inmóviles a lo largo de los años, otras mutan conforme estos pasan y las circunstancias cambian. De igual manera, la manera de entender al otro y de interpretar lo que sentimos, también se modifica.
Así, puede darse que nos encontremos con alguien especial, una persona con la que los sentimientos y pensamientos nos puedan llevar a establecer un vínculo sano y fuerte, pero que, a la vez, algunas formas de leer la situación no se presten a ello.
Los mismos actores, tras vivencias varias, pueden llegar a dejar caer viejas creencias, barreras que en su momento no pudieron saltar, velos que nublaron su percepción. Entonces, si los acontecimientos son favorables y estos los llevan a reencontrarse, y, si además ellos tienen la suficiente claridad para entender su cambio, lo que antes pareció ser imposible, ahora será alcanzable.
No siempre las cosas se dan así y puede ocurrir que la historia no acabe con un final tan feliz. Sería posible que se diera que los amantes no llegaran a verse de nuevo o, aun haciéndolo, pudiera ser que no tuvieran la valentía o sabiduría para entender que se les dio una segunda oportunidad.
Para poder seguirte, necesito confiar. Solo puedo llegar a esto si te percibo como alguien que me quiere guiar.
Si me atacas, te veré como una persona dañina. Lo que tú llamas ayuda, yo lo entenderé como más sufrimiento.
Es común que la gente, cuando es consciente de que aquellos que aprecian están actuando de una forma que les hace daño, quieran provocar en ellos un cambio que los lleve a la senda del bienestar.
Por desgracia, a menudo esto es buscado rápidamente, sin el suficiente tacto para que pueda tener el efecto deseado.
Cuando se le dice al otro de una forma directa y cruda lo que está haciendo mal, lo de que debería haber hecho, sus defectos de personalidad, etc. Lo más probable es que este último se sienta agredido.
Las personas, al sentirnos atacadas, solemos actuar defensivamente. En momentos así, lo más común es contraatacar o huir, pero raramente escuchar.
Sentir que hay alguien que nos atiende, que nos respeta, que no nos juzga, es un primer paso para confiar. Cuando percibimos que hay alguien ahí es muy probable que nos apoyemos en él. Sin duda, ese es el ambiente para escuchar lo que nos tienen que decir y valorar si tienen razón.
Es difícil entender al ser humano sin hablar de amor, el cual cobra diferentes formas: entre padres e hijos, hermanos, amigos,... y, por supuesto, también está el que se da en la pareja, el cual tiene un día especialmente señalado en el calendario para ser celebrado.
Hoy, Día de los Enamorados, rendimos homenaje a esa necesidad humana de compartir afectos, pensamientos y vivencias con otro adulto; de convertir a alguien que en principio fue un desconocido en un referente para compartir nuestro dolor, nuestras preocupaciones y también nuestras alegrías.
En esta fecha celebramos que la vida puso ante nosotros a alguien a quien nuestra mente y corazón decidieron tomar como compañero o compañera. Pero que, además, tuvimos la enorme fortuna de que esto fue recíproco.
Evitar exponer nuestras debilidades en una relación es condenar a esta a la superficialidad.
Compartir miedos, preocupaciones, traumas,..., es una parte esencial de la intimidad personal. Eso solo puede ser hecho con unos pocos y, de esos, la pareja es con la que esto cobra más sentido.
Cuando nos abrimos a otro, invitamos a este a hacer lo mismo, creando un proceso de ayuda mutua que solamente llega a desarrollarse en plenitud con los que nos quieren.
Únicamente en el momento en el que somos capaces de decir al alguien que necesitamos su hombro para apoyarnos en él este podrá sentirse seguro para hacer lo mismo. Esto, no es otra cosa que crear y fortalecer el vínculo, el afecto, el amor.
El sexo sin amor, al igual que el amor sin sexo, son vividos de forma separada por muchas personas. Puede afirmarse que no son lo mismo, que son cosas diferentes, sin embargo, tampoco podría decirse que no tengan relación alguna.
Cuando hablamos de estas dos realidades, lo hacemos de dos partes de nuestra existencia que determinan nuestras relaciones de pareja y que, aun pudiendo ser vividas sin estar unidas, se influyen mutuamente de una forma tan poderosa que no siempre es fácil ver los límites entre las dos.
Así, tener relaciones sexuales sin nada más puede darse. Amar sin practicar sexo, también. Ahora, ambas cosas se nutren y enriquecen mutuamente, hacen que crezca la experiencia y el vínculo, que la esencia de las dos sea más fuerte y duradera.
A veces nuestra atención está tan centrada en darnos cuenta de lo mal que nos encontramos que se nos olvida vivir donde realmente estamos.
El exceso de enfoque en el malestar psicológico puede hacer que este ocupe gran parte de nuestra vida y que, por lo tanto, el resto de cosas dejen de importar.
Cuando nuestro principal objetivo es que nuestro ánimo sea bueno y toda la preocupación se dirige a esto, es posible que el resto de actividades dejen de ser llevadas a cabo y, entre estas, suelen encontrarse muchas de las que dan sentido realmente a nuestra vida: relaciones personales importantes, carrera profesional, desarrollo personal,...
Dejar de hacer lo que nos hace sentir que crecemos no tiene otra salida que el vaciar nuestro mundo, quitarle el significado y volverlo un lugar anodino. Sin duda, esto no puede ayudar a sentirnos mejor, lo contrario, nos llevará a tener mucho más malestar en el que estar centrados.
Si te sientes madre, padre o hijo de tu pareja, algo no va bien. Cuando vives tu relación como un adulto que se apoya en otro, muchas cosas van adecuadamente.
En nuestra vida son varias las maneras en las que nos vinculamos con otras personas. Cuando somos seres inmaduros, en los primeros años de vida, todos necesitamos de las figuras paternas para asegurar nuestra supervivencia y correcto desarrollo. Sin duda, la dependencia al adulto es una realidad que beneficia al menor, el cual, de otra manera, difícilmente podría salir hacia delante.
Con la maduración, el niño adquiere nuevas capacidades y, con ellas, de manera progresiva, va pasando de ser alguien que necesita de los demás para la casi totalidad de actividades de su vida diaria a convertirse en un individuo que cada vez da más, un ser humano con una fuerza creciente que le permite proporcionar sostén a los otros.
Una vez dejada atrás la infancia y la adolescencia, llega el momento de vivir la pareja, la que solo puede darse de forma sana cuando las personas la viven equilibradamente, dispuestas a recibir y a dar, acordes a estas capacidades y necesidades. Cambiar eso es vivir otra cosa, querer repetir lo que fue propio en otra época de la vida y no lo que toca experimentar a dos adultos que han decidido ayudarse mutuamente a ser más felices.
Todo adulto alguna vez fue niño y, aunque ahora no lo sea, nunca dejó de serlo. En su maduración se fueron añadieron muchos logros, pero esto no hizo desaparecer los que ya estaban, solo puso a unos sobre los otros, fue construyendo sobre lo que ya estaba.
La necesidad y deseo de ser queridos, la sensación de calidez ante un abrazo, la seguridad al estar con los que nos protegen, todo esto y muchas otras emociones y formas de interpretar la realidad que vieron la luz en la infancia, lejos de caducar y desaparecer, siempre permanecen.
Aquel que crece adecuadamente lo hace viendo al mundo cada vez más completo, de una manera más racional y moderada, pero esto no lo lleva a dejar de apasionarse, sorprenderse, ilusionarse,.... En definitiva, madurar no es igual a abandonar lo que fuimos, solo supone completarlo.
El miedo pude ser una fuerza muy oscura con la dolorosa capacidad de absorber toda nuestra atención.
Si nos rendimos a este, si no luchamos por evitar su secuestro , el sufrimiento estará garantizado.
Dejarnos arrastrar por esta energía nos sumergirá en unas aguas muy oscuras de las que será muy difícil sacar la cabeza, donde mantener contacto con lo que nos importa será algo imposible de alcanzar.
La pelea por mantener nuestro foco mental en lo que realmente nos es valioso, nuestra gente, nuestras actividades, nuestros lugares,..., debe de ser descarnada, sin miramientos, a vida o muerte.
Querer que una persona nos quiera es natural. Aceptar que esa misma no nos quiera, en ocasiones es necesario.
En la vida pueden darse de manera muy frecuente etapas de amor no correspondido, meses o años en los que dedicamos nuestra energía a una relación que no llega a ofrecernos el ansiado afecto.
La naturaleza del ser humano empuja a este a perseguir el cariño y, por desgracia, esta no siempre tiene la capacidad de hacer que la meta buscada esté en la misma labor.
Así, vernos en una situación de este tipo, en la que nos sentimos abandonados, ignorados, despreciados, … , por aquel o aquella a quien tanto amamos, nos guste o no, es algo difícil de no probar.
De nada sirve que pongas kilómetros entre tú y esa persona que te daña si no eres capaz de abrir una pequeña brecha con el sufrimiento que te crea.
Los que nos hacen sentir culpables por no ser lo que ellos quieren que seamos son una compañía muy difícil de llevar. La cual, a menudo, puede ser fuente de dificultades psicológicas duras de gestionar.
Para poder convivir de una manera sana con estas personas, el alejamiento parece imprescindible. Pero, aquí no hablamos de que este sea en el espacio físico, sino en el mental.
Así, inútil es vivir en la otra parte del mundo si esto no va acompañado de una separación con los sentimientos y pensamientos que estos generan. De igual manera, si logramos esto último, lo primero deja de ser necesario.
Intenta hacer todo de la mejor manera posible, pero siendo consciente de que hacerlo perfecto es imposible.
Ser persona implica la equivocación, conlleva hacer cosas que no siempre acaban en el resultado previsto o en las que este lleva a otras consecuencias no anticipadas y tampoco deseadas.
Además, las fuerzas que nos mueven suelen ser muy variadas y a menudo difíciles de ser percibidas. Circunstancias adversas, traumas pasados, conflictos de valores,..., nos empujan y zarandean de forma que es difícil no desviar el rumbo.
Así, de nada vale dejarse llevar por la desazón aparejada a la equivocación, inútil es el consumo de energía de la autoflagelación, a ningún lugar de provecho nos conduce el culparnos de forma despiadada.
Cosa muy diferente es el análisis de lo hecho, la asunción de responsabilidades y la pelea por cambiar lo que sea posible en el presente y en el futuro, aceptando que siempre habrá cosas sin solución.
Ver al mundo con ojos de niño implica vivir lo cercano, sencillo y cotidiano con fascinación y pasión. Conlleva dejar lo que se escapa de la mirada donde está, fuera del momento.
Casi todos pasamos por fases de nuestra existencia en la que las opciones nos parecen ilimitadas y soñamos con enormes proyectos que lleven a que nuestro nombre quede grabado en la memoria de millones de personas.
De manera lógica, tarde o temprano, la variedad de opciones laborales, personales y académicas, se definen y, por tanto, el camino se hace más claro, a la par que, para muchos, dirigido a un lugar más humilde.
La toma de contacto con esta realidad, la de que no todo es posible, puede afrontase de varias maneras. Podemos pelear contra nuestras limitaciones, intentar ser más poderosos que la propia condición humana, o volver al origen, a mirar con los ojos de ese niño que fuimos.
El momento en el que los milagros parecen imposibles, las segundas oportunidades escasas y los salvadores ausentes, la reinvención es obligatoria.
Cuando las soluciones que conocemos no nos sirven, ya sea porque no funcionan como lo hicieron en otras ocasiones o, simplemente, porque no están, el vértigo puede ser grande.
Sin embargo, si la vida nos permite seguir peleando en tiempos tan oscuros, ya es una buena noticia, esta nos dará la posibilidad de seguir. Eso sí, seremos nosotros los que tengamos que escoger entre la rendición o la lucha.
Optar por lo segundo implica abandonar métodos antiguos y escarbar en nuestro interior, conlleva agarrar partes nuestras que antes no vimos y que ahora son las que nos han de iluminar, nos obliga a buscar una manera de crecer que aún no conocíamos.
La amistad que perdura no es la que nunca encontró inconvenientes, es la que se enfrentó a muchos de ellos y siempre fue capaz de resolverlos.
Cuando aparece el desacuerdo entre personas que se aprecian, lo que realmente se muestra son muchas cosas y todas muy humanas: errores, diferencias, debilidades,...
Si eso solo es una parte de lo que realmente es el total de aquellos que se aprecian, mirar el todo y dejar a un lado la porción parece lo más inteligente.
Así, los que saben ver al otro y no dejar su mirada fijada en lo que dolió pueden construir relaciones basadas en lo importante. Por supuesto, siempre que eso exista.
Como consecuencia, en el momento en el que dos amigos tienen la confianza de que son capaces de valorarse y pelear para que los tropiezos no maten lo que hay entre ellos, esto se convertirá en algo fiable en lo que ambos sabrán que siempre se podrán apoyar.