Los años de inocencia, a los que algunos se aferran de forma casi desesperada, nos dicen que es posible vivir en el paraíso, donde todo es bienestar y lo que no lo es, no tiene por qué ser experimentado.
La realidad madura, la que experimenta el que dejó atrás esa ilusión inicial, nos dice que no se puede vivir a la carta, que no es posible quedarnos solo con la parte sabrosa del plato y que, consecuentemente, la vida es un menú cerrado en el que todo ha de ser tragado.
No, no puedo decir simplemente soy feliz.
Ser una persona es mucho más que eso, soy mucho más que eso; también soy tristeza, miedo, culpa, esperanza, compasión, amor,...
El ser humano que se identifica con un estado de alegría inquebrantable solo muestra el deseo de ser una pequeña parte de lo que es. Un trozo que, por muy valioso, no deja de ser eso; una tesela del mosaico que lo forma.
Vivir como humano es estar envuelto en sentimientos diversos y a menudo enfrentados. Por esto, nombrar a la felicidad como única característica de nuestro vivir es simplemente desear ocultar aquello que no se desea y, a la vez, no poner en el lugar que corresponde a mucho de lo que hace que la codiciada felicidad sea posible.
La historia de lo que ocurrió, cada mente lo narra como lo sintió.
Para cada protagonista, la verdad del relato reside en gran parte en el sufrimiento y felicidad de lo vivido, no solo en lo ocurrido.
Un mismo hecho puede generar en diferentes personas emociones muy diferentes, lo que, sin duda, hará que lo acontecido sea interpretado de manera muy distinta.
Personalidad, valores, intereses,...., y demás características psicológicas de cada individuo, harán que muchos de los que compartieron un mismo espacio y tiempo recuerden los hechos en forma muy diferente y, por lo tanto, sus héroes y villanos no tendrán que ser los mismos.
No siempre conocemos el destino antes iniciar el viaje. A veces tenemos que andar para saber hacia dónde ir.
Existen proyectos vitales que observamos claros, que podemos imaginar con una nitidez que no nos deja dudas de los pasos a dar para llegar a ellos.
Pero esto no siempre es así, pues son muchas las ocasiones en las que solo podemos intuir parte de lo que queremos, necesitamos y encaja con nosotros, sin ser capaces de precisar de qué se trata.
La vida frecuentemente nos pone en una posición en la que las opciones son diversas, donde es imposible tener la claridad de que lo que hagamos nos hará sentir que la elección fue la correcta.
Si siempre esperamos que nuestro camino esté iluminado y señalado con luces de neón, es posible que perdamos muchas sendas dispuestas a ser recorridas.
Serán numerosas las ocasiones en las que debamos perseguir huellas y rastros en la búsqueda de rutas idóneas. Aquí no habrá grandes carteles, sino indicios de que en el lugar en que estamos podemos ser nosotros.
Pocos tendrán la capacidad de entender tu dolor más íntimo.
Muchos menos serán los dispuestos a hacer el esfuerzo por llegar a él.
No les niegues la oportunidad a estos últimos, ayúdalos, pues para ellos eres muy importante.
Es algo obvio que cada persona tiene una historia de vida muy particular. Lo que hizo daño y el rastro que esto deja es diferente en cada individuo. Por eso, el sufrimiento de uno no es igual al de otro.
Ante el malestar de un semejante, algunos solo llegan a hacer interpretaciones superficiales sobre la dimensión y naturaleza de este. Estos no profundizarán por no saber o por entender que el esfuerzo no es valioso ni, consecuentemente, necesario.
Sin embargo, existen aquellos que ponen toda su energía en ayudar a los que sienten como seres especiales. A veces tienen la fortuna de encontrar el camino para hacerlo, otras no. Por desgracia, en ocasiones no hallan la senda buscada porque el dañado es el que se la oculta.
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