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Sí, avanza, crece y aprende a amarte. Pero recuerda, sin aportar a los otros todo será un viaje a ninguna parte.
Nuestra parte individual, la que nos empuja a protegernos y a buscar nuestro beneficio personal, está muy arraigada en nuestro fondo psicológico; esta siempre estuvo, estará y nunca debería despreciarse.
Ahora, quedarnos solo en eso, centrar nuestras vidas únicamente en fortalecer lo nuestro, es dejar a un lado otra cara del ser humano, una esencial, la que nos guía por el camino del cuidado, el amor y el ofrecimiento al otro.
La segunda no puede llegar sin el sustento del la primera y esta última, sin la otra, solo es algo vacío que hace al que se queda en ella un viajero desorientado, sin rumbo, a la deriva.
Todos nos sentimos el centro del universo. El problema es que algunos lo creen.
Es imposible dejar a un lado esa parte tan humana que nos hace ver al mundo desde nuestro enfoque, ese lado infantil y narcisista que nos dice que somos especiales, que nuestra percepción de lo que nos rodea es la realmente correcta y que, si no tenemos más, es porque el mundo es injusto con nosotros.
En el desarrollo de la psique son muchos los que logran construir otra forma de ver la realidad, una en la que también contemplan a los otros y a las vidas en las que ellos están. Lo cual, como perspectiva ensanchada, les proporciona una relación con lo que los rodea más amplia y acertada.
Aun así, ni los más avanzados en esta última manera de observar llegan a dejar a un lado esa otra más básica y limitada, lo que, además de imposible, tampoco podría nunca ser un buen modo de funcionar, pues en la complementariedad entre ambas parece estar la clave.
Por desgracia, no demasiado complicado es encontrar gente que apenas sale de ese egocentrismo primitivo, individuos que se comportan como si su verdad fuese la única y, por lo tanto, que tratan a los que se alejan de ella como a ofensores de lo que para ellos es obvio e inamovible.
Lo que me duele no es que no estés, lo que me atormenta es que me sacaste de tu mente.
Todos necesitamos que la psique de aquellos que consideramos importantes guarde un espacio privilegiado para nosotros, un lugar que nos abrace y nos haga sentir que no estamos solos.
De igual forma, nuestro mundo propio también anhela tener a quien lo habite, hospedar a los merecedores de entrar en él y de conocer los secretos que este guarda.
Así, estar juntos va mucho más allá de compartir espacio físico, tiene que ver con otro tipo de lugar, aquel que se encuentra dentro de cada uno de nosotros, el de las mentes y los corazones.
Cuando tenemos que enfrentar el dolor que supone saber que ya no somos nosotros los que estamos en ese territorio sagrado, que son otras las personas las que lo ocupan, la caída se dará en un agujero muy oscuro, en el punto de partida del viaje a un dolor profundo que nos obligará transitar por un largo y áspero duelo.
El mal que ves en el exterior puede que realmente esté en tu interior.
Mentirnos sin ser conscientes de que lo hacemos es algo habitual, es algo que busca ayudarnos a digerir parte del sufrimiento que conlleva nuestra existencia.
De las muchas formas de autoengaño que tenemos, una de ellas consiste en proyectar en otros parte de nuestra mente.
El enfado, la ira, el odio,..., tienen gran capacidad de ser incómodos, tanta que muy a menudo no son deseados en nuestro propio hogar psíquico y, por lo tanto, buenos candidatos a ser enviados al del vecino.
No es que no te quiera, el problema es que aún no puedo hacerlo como tú quieres.
Me pides que te ame solo por lo que veo, pero yo necesito mucho más, conocerte es un camino por el que debo transitar y este no admite atajos. Así que, por favor, si todavía no llegó lo que es imposible que llegue en este momento, no me exijas lo que no puede ser.
¿Qué ritmo debe tener el amor? Podemos entender a las relaciones como una decisión en la que escogemos situar a una persona como la primera en nuestras vidas desde el mismo instante en el que la decisión es tomada o, bien diferente, entender a estas como una elección que conlleva la promesa de trabajar para que cada uno ocupe un lugar esencial y especial en el otro.
De esta forma, si solo pidiéramos vivir a la pareja de manera sana en esa segunda forma y nuestros caminos se cruzaron hace solo unos pocos meses, te ruego que evites pedirme estar por delante de los que ya estaban, que no me reclames lo que a casi nadie di, que dejes de castigarme por no ser capaz de ofrecerte lo que sí estoy dispuesto a darte con trabajo, paciencia y tiempo.
Cuando el otro está herido, puedes acercarte e intentar ayudar a que cure o dejar que este se desangre.
Cuando alguien sufre por lo que le hemos dicho o hecho, podemos alejarnos de su dolor, interpretar que él y su "excesiva" sensibilidad son los únicos responsables, o acercarnos a lo que hay detrás y buscar la forma en la que ayudar.
Es fácil ver nuestros comportamientos como equilibrados y justos. Cómodo es también esperar que los demás respondan a estos la según lo esperado. Ahora, la cosa puede tornarse más espinosa en el momento en el que esto no es así y la reacción del otro excede lo previsto.
Una forma de afrontar la adversidad de lo no entendido es aferrarnos a una explicación sencilla y poderosa, dejar como única responsable del malestar a la manera en la que el otro vive nuestros actos. Otra, la más costosa, implicaría ir mucho más allá y preguntarnos qué parte del otro es la que dañamos y cómo podemos ayudar a que el sufrimiento sea menor.
Optar por lo más simple ahorrará tiempo y energía, pero no nos ayudará a la labor de acercarnos al otro y de crecer junto a él, lo que sí favorecerá con mucha probabilidad la opción más compleja.
Pedir ayuda es una cosa, pedir que te salven, otra.
Reconocer el hecho de que no siempre podemos vivir de manera autosuficiente y que, por lo tanto, son muchas las ocasiones en las que tenemos que pedir apoyo, nos hace mostrar algo de lo que ningún ser humano puede desligarse, el reconocimiento de que somos vulnerables o, lo que es lo mismo, de que nuestra fuerza es limitada.
Entender esto conlleva ser conscientes de que, más tarde o más temprano, todos necesitaremos de otros para poder seguir hacia delante, deberemos de buscar a quien complemente lo que aún nos quede o lo que ya hayamos perdido del todo.
Aquí hay dos posturas diferentes, dos formas de enfrentar una misma realidad que denota profundas divergencias en aquellos que se comportan conforme a la una o a la otra.
La más sana es la que adopta el que se siente responsable de pedir y de dar, aquel que entiende la ayuda como un proceso recíproco en el que uno no puede dejar a un lado su parte activa. Aquí el recibir va unido al ofrecer y solo se deja de aportar al otro en equilibrio cuando no existe la posibilidad de que así sea.
La otra, la que no permite un ajuste adecuado a la realidad, es la del que espera que le den lo que necesita sin encontrar motivación para hacer lo mismo, la de aquel que mira pasivamente al que él siente que debe traerle lo esperado, la del adulto que nunca llegó a vivir como tal.
Mírate, mírame, yo te miro y me miro. Creo que ahora sí podemos entendernos y crecer.
Una relación de pareja necesita que los que en ella están tengan la capacidad de evaluarse a sí mismos: formas de actuar, pensamientos y emociones. Solo entendiendo que su verdad no es la única podrán abrirse a comprender la del otro y buscar un punto de encuentro.
Para esto , además, es necesario que cada uno de ellos haga el trabajo de intentar conocer la realidad que vive dentro del que está en el otro lado. Así, con lo recogido en el mundo del compañero y del propio, se podrá hacer de lo que hay entre ambos un espacio estimulante a la vez que tranquilo.
¿Qué es tener éxito?
No sabría responder con exactitud, pero sí estoy seguro de que, si no es algo parecido a querer y que te quieran, no merece la pena el esfuerzo por llegar a él.
Muchos de los caminos importantes solo los encontramos tras saber abandonar a tiempo otros que no lo eran.
No siempre podemos saber cuál es nuestro lugar con nitidez y claridad. En muchas ocasiones este es localizado tras una larga sucesión de aproximaciones.
Una carrera profesional en la que nos sentimos cómodos, esas aficiones que nos llenan, la pareja a la que damos con seguridad y de la que recibimos con satisfacción; realidades que no siempre se hallan tras seguir una idea nítida que nos señala lo que tiene que ser.
En nuestra existencia podemos tener la fortuna de que encaje lo que creíamos que sería bueno para nosotros con aquello para lo que nosotros creíamos que seríamos buenos, pero esto no siempre se da así. A menudo debemos ir probando y descartando para poder llegar a dicho lugar.
Seguir ideas que desechan la compasión es transitar por donde lo hicieron los que dieron forma al lado más oscuro de nuestra especie.
Es algo obvio que la realidad encuentra muy a menudo situaciones en las que es difícil que los que allí están puedan actuar sin infligir ningún sufrimiento a otros seres.
Parece sensato aceptar que no siempre es posible poder vivir sin salpicar de dolor a lo que nos toca de manera más o menos directa.
Ahora, abrazar ideas que hablan de odio y usan el sufrimiento ajeno como combustible de la dicha propia es alimentar a esa parte de la que muchos nos avergonzamos al observar los destrozos que nos hicimos a nosotros y al resto del planeta a lo largo de nuestra presencia en este.

No grites, no seas tan blando, no presiones, no dejes que tu hijo se quede atrás, no des demasiado, haz que se cumplan todos sus sueños, sé realista, dale todo lo que necesite,...

Soy un mal padre, no sé cómo hacerlo, creo que nunca lo lograré. Palabras que resuenan en las mentes de muchos que desean dar lo mejor de sí a sus hijos.

No existe el progenitor perfecto, solo nos queda intentar hacerlo bien, reconocer que nunca lo haremos perfectamente, mejorar aquello que esté en nuestra mano y aceptar que lo que no se puede cambiar es necesario dejarlo estar.

La disculpa sincera necesita de arrepentimiento y este no puede existir sin dolor.

Ante la conducta que se vive como equivocada y el daño que conlleva esta, el intento de arreglar lo posible es una de las formas naturales en las que los seres humanos buscamos ser y estar mejor con el otro.

El remiendo de lo roto no siempre es posible, pero sí queda espacio para la solicitud de perdón, el cual no es otra cosa que la expresión sincera del malestar generado, el compromiso por intentar no incurrir en lo mismo y el propósito de hacer lo que esté en la mano para que esto no vuelva a suceder.

Ante tal definición, no queda otro camino para que la petición de gracia sea posible que el hacer llegar al doliente el malestar que conllevó al responsable del desacierto su acción o acciones.