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La sinceridad sin empatía es amiga de la arrogancia.
Decir lo que uno piensa es algo valorado y signo de trasparencia. Aquel que saca lo que tiene, no esconde.
Ahora, decir las cosas sin medir, sin tener en cuenta el efecto que esto pueda tener en el otro, es poner por delante la necesidad de expresar la opinión propia a las creencias, valores, sentimientos, etc. del otro.
Si se busca equilibrio y la justicia, debe de considerarse que lo que uno piensa no conlleva necesariamente más verdad que la del otro.
En el mundo interno de cada uno hay muchas verdades que, si bien pueden ser cambiadas para hacer a este más pleno, no podrán nunca ser expulsadas de su interior por la fuerza.
Cuando alguien intenta hacernos modificar lo que pensamos a través de palabras que nos dañan, el efecto más probable es que provoquen en nosotros la necesidad de alejarnos, no de escuchar.
Así, expresar lo que uno cree, es bueno siempre que se haga en la manera en la que pueda llegarle al otro, no en la forma que provocará que este viva la situación como un ataque. Pues se escucha al amigo, no al tirano.
Las parejas se mantienen de una forma mucho más débil que en épocas anteriores. Ahora apenas existen vínculos que vayan más allá de la necesidad de tener una relación satisfactoria.
Eliminadas las cadenas, lo que quedan son múltiples maneras de vivir a la pareja, negociadas en cada caso por sus miembros y, por lo tanto, estableciendo estos los que puede considerarse como deseable o no.
Este escenario tiene luces y sombras. Las luces van por el lado de lo sincero, de lo buscado, las sombras van más por la idealización y enorme exigencia que muchas personas marcan en lo que esperan vivir.
Perseguir una relación sana y profunda es más que deseable, buscar príncipes azules y princesas rosas, un gran mal abundante en nuestros días.

¿Qué me apetece hacer hoy? Quizás solo pensar, inventar nuevas realidades, imaginar lo que no conozco y que aún nadie me mostró.

"Nuestra vida son los ríos que van a dar a la mar..."
Jorge Manrique.
Vida y muerte, la una no existe sin la otra.
Desde Segura de la Sierra.
Lo que hoy, como adulto, crees no merecer, probablemente sea lo que en tu infancia te negaron.
Los primeros años de nuestra vida pueden dejar la huella de aquellas acciones, pequeñas o grandes, que nos hicieron sentir tratados de manera injusta.
Cuando vimos que a otros le daban el cariño que a nosotros no se nos ofrecía, sintiendo que también nos correspondía, es muy posible que se nos fuese indicando lo que deberíamos esperar en el futuro.
¿Estás tan seguro de lo que crees estar seguro?

A veces, eso que tanto defiendes no es lo que realmente quieres, simplemente es lo más cómodo.

En muchas ocasiones, a nuestras palabras parecen decir que eso no nos gusta, pero realmente lo que dicen es que tenemos miedo a intentar vivirlo.

Todos creamos discursos que nos parecen realmente coherentes con lo que deseamos y que, sin embargo, solo son una forma de agarrarnos a la opción más sencilla

El miedo a salir de lo conocido, a saltar lo que se nos ha impuesto como lo correcto, puede aliarse con un discurso que nos parece de lo más lógico.

Es mucho más fácil creernos que algo no es importante para nosotros que afrontar el hecho de que, para poder alcanzarlo, tenemos que pelear y enfrentar a algunos de nuestros temores más arraigados.

No dejes que tu niño se amargue con las cosas de tu adulto.
Permite que tu niño no deje que tu adulto se amargue.
Todos tenemos un niño interno que aparece y se esconde de manera intermitente.
Esta parte nuestra convive con nuestro lado adulto. Ambos se influyen mutuamente, a veces para mejorarse, otras para entorpecerse.
Nuestra cara infantil, cuando hace acto de presencia en aquellas cosas que requieren más madurez, suele conducirnos a dificultades serias.
Sin embargo, esta misma, si actúa en aquellos momentos en los que toca divertirnos, improvisar, apasionarnos, …, hace que la vida sea un lugar maravilloso en el cual siempre emocionarnos.
¿De quién es la culpa de tu infelicidad?
¿Eres de los que creen que algún día llegará el momento ideal? ¿Esperas a que llegue esa persona, ese momento o esa situación que parece nunca llegar? ¿Piensas que hay personas que no te dejan avanzar?
Reflexiona y mírate. ¿Estás realmente viviendo como podrías vivir? ¿Todas esas quejas te sirven para algo? ¿Estás cayendo en la trampa de considerarte una víctima?
Dejando que salga el niño interior donde puede hacerlo de manera sana.
Arcade Vintage, un lugar que sirve para aprender, pero también para divertirnos. Saludable para las nuevas generaciones y espectacular para aquellos que pasamos nuestra infancia por los 80 y principios de los 90.
Mi calendario me envía señales.
¿Crees entender qué es la felicidad?, ¿estás peleando por acercarte a la felicidad?, ¿conoces los obstáculos para llegar a la felicidad?,... Son muchas las maneras de interpretarlo
Toda sesión conlleva reflexión.
El trabajo terapéutico no acaba una vez finalizada la sesión.
Tras cada intervención, llega el momento de parar, mirar dónde estamos y prever hacia dónde podemos seguir avanzando.
En este trabajo de análisis, síntesis y creación, la posibilidad de ayudar mejor al cliente se suma al aprendizaje que esto proporciona al terapeuta.
El hábito de la lectura, el placer de encontrarte con un pequeño universo de ideas escondido tras un montón de letras agrupadas.
Cuando lees estás con los personajes, con el autor, pero también contigo mismo.
Al leer no solo te diviertes y aprendes, también conectas con tu forma de imaginar e interpretar, enriqueciendo a esta y, por lo tanto, a tu forma de ver el mundo.
Tomar decisiones es parte imprescindible de ser una persona adulta.
Esto implica aceptar la responsabilidad de ser nosotros los que dirigimos nuestra vida.
Al hacerlo, no queda otra opción que dejar atrás la comodidad de lo que nuestro entorno nos impone como lo único bueno.

Mens sana in corpore sano.

 

Cuidarnos, tratar bien a nuestro cuerpo, es parte de reconocernos. Gimnasio, box, sala de entrenamiento…, o nuestra misma casa, cualquier lugar puede ser un bueno.

En la justa medida, en el equilibrio, está el respeto. Hacer lo que nos es sano, no le que nos marca un patrón a alcanzar

¿Eres de los que te responsabilizas o de los que te torturas?
Te responsabilizas cuando tienes claro tu camino, trabajas por seguirlo y, si descubres que te has desviado, vuelves a poner tu empeño para retornar al lugar correcto.
Te torturas cuando te exiges caminar hacía un lugar al que no sabes si realmente debes ir, para castigarte tanto por seguirlo como por desviarte: por hacer lo que te marcaron y tú realmente no quisiste o por ser desobediente.
Valorarme no es perseguir una imagen, no es luchar para yo sentir que los otros me ven como esa persona a la que me gusta parecer.
Valorarme es perseguir unos valores, unas ideas que me hacen sentir que hago lo correcto y que eso me hace sentir yo.
No podemos entrar en nosotros mismos sin ayuda.
Nuestra mente no quiere que lleguemos hasta las zonas dolorosas que hay dentro de ella.
Intentar llegar hasta ese lugar tan oscuro sin ayuda es imposible.
La conversación terapéutica es la que nos permite dar ese salto y, además, hacerlo con seguridad.
Las disculpas de algunas personas hay que escucharlas en lo que no dicen.
Pedir perdón es parte del intento de reparación de la relación quebrada por el daño infligido de una parte a otra.
La búsqueda del reencuentro entre ofensor y ofendido no siempre es a través de una petición clara, sino que a veces es a través de gestos, miradas, acciones,...
Abrir todos los sentidos a aquel que tiene la intención de seguir ahí, pero la capacidad de decirlo, es también parte importante de una relación.
Me saboteo yo mismo sin ser consciente.
Eso que tanto deseé, cuando llegó, lo destruí.
Creo hacer lo correcto, pero solo estoy siguiendo a mi parte más oscura.
Todos tenemos una parte de nuestra mente muy autodestructiva. Esta puede aparecer de diferentes formas y, una de ellas, es en forma de autosabotaje.
En esta, nosotros mismos nos convencemos de una supuesta lógica que, en lugar de conducirnos a lo que de verdad queremos, nos empuja muy lejos de eso mismo.
Llegar a las profundidades de uno mismo sin la ayuda del otro es uno de los tantos imposibles que la arrogancia toma como muy posible.
Superar las múltiples barreras que nuestra mente tiene para defendernos del dolor que esta alberga en sus capas menos accesibles es un objetivo inalcanzable.
Nuestro propio sistema mental es así, se protege de manera automática, sin que en ello podamos intervenir directamente.
Diferente es a través de la ayuda de otras personas, de figuras importantes (psicólogos, parejas, amigos) que nuestra mente usa como apoyos en los que ir reconstruyendo los muros ruinosos del edificio que no pudimos crear de manera sana y que genera ese gran sufrimiento.
Comparto como un niño cuando espero mi premio.
Comparto como adulto cuando siento y creo que es lo correcto.
Cuando compartir está motivado por una búsqueda de reconocimiento o por la expectativa de recibir algo a cambio, se hace como una forma de trueque.
Esperar ganancias de lo que se hace en forma de afecto lleva a perseguir de manera adictiva algo que nunca llega a satisfacer.
Esto nos conduce a ser niños que no tienen la capacidad de valerse por sí mismos y que solo pueden vivir a través del aprecio de los mayores.
Cuando uno se vive desde su lado adulto, hace lo que hace porque lo considera adecuado, independientemente de lo que reciba por ello.
La valía desde el lado maduro no se conecta con el reconocimiento, sino que enlaza con la coherencia entre lo que se hace y los valores propios. Así, ser bueno con el que lo merece, es premio más que suficiente.
El mundo me da igual, mis padres no.
El complejo movimiento psicológico que se da entre la imagen que deseamos dar y el temor de no cumplirla se nutre esencialmente de nuestras interacciones tempranas con los padres. Estas se instauran en nuestro inconsciente en forma de la necesidad de transmitir algo ideal ante ellos, pero este deseo choca con el miedo subyacente de no poder lograrlo y con la creencia escondida de no ser capaces de ello.
Esta paradoja se extiende más allá de las relaciones parentales, influyendo de manera determinante en la forma en que actuamos frente a otras personas que nuestra psique coloca en el lugar de nuestros progenitores. Así, sin ser conscientes, funcionamos según una guía emocional que se reproduce en diversas relaciones y que lleva a una búsqueda incansable de algo que nunca llega a ser alcanzado.
Reconocer las heridas de la infancia y aceptarlas puede ser el inicio de un camino interminable: el duro y hermoso sendero del trabajo personal.
Suele ser muy difícil reconocer que lo que ocurrió en la infancia, esas experiencias aparentemente distantes, hieren con saña y conforman gran parte de quienes somos. Ocurre que, una vez admitida esta verdad, comienza un viaje que, entre dolor y satisfacción, acerca al viajero a la claridad de lo que realmente es.
Hacer lo que el otro desea, pero tú no, solo por calmar su ansiedad, sirve únicamente para mantener la inseguridad de ambos.
Aquellos con un ansiedad ante la separación persiguen la calma a través de que los otros estén a su lado, pero, si los otros ceden siempre a sus deseos, estos, en lugar de abordar sus problemas, solo basarán la solución en las acciones de los demás y no en un trabajo interior propio.
Por otro lado, los que quedan al lado de los primeros, siendo conscientes de que no es lo que desean, están respondiendo a dificultades propias que tampoco llegan a abordar. En este caso, es muy probable que exista la perjudicial necesidad de sentirse personas no culpables del malestar ajeno
"No me trata bien, me hace daño; no entiendo por qué es así. Siempre me quejo de él, pero ¿por qué no hago yo nada para solucionar esto?"
Centrar nuestro discurso en los culpables de nuestros males es a menudo un recurso cómodo, pero siempre limitante. Cargar contra parejas, padres o amigos en lugar de asumir nuestra propia responsabilidad es una manera de permanecer en el dolor continuo y alejarnos cada día más de eso mismo que decimos que no nos dejan alcanzar.
Al esforzarme tanto por mostrarme así, me estoy diciendo lo que creo no tener.
En los momentos en los que me presento de un modo concreto, es posible que sea debido a mi anhelo de que me vean en la forma en la que alguna vez, en mi niñez, necesité que me vieran.
No hay nada más erótico que una mente que te lleve hacia lo que tú desconoces de ti mismo.
Si una mente es capaz de suscitar en nosotros aspectos desconocidos dentro de nuestra mente, surge un tipo de atracción muy profunda. Cuando esto aparece, el nexo entre la emoción y la psique se une a la curiosidad sobre lo oculto en uno mismo para hacer brotar el erotismo. El abrazo entre consciencias lleva a nuevas creaciones a través de lo antes no tenido en cuenta, a lo que va más allá de los cuerpos.
No es más fuerte quien se afana en controlar a los demás, sino quien no necesita hacerlo para sentirse fuerte.
Aquel que intenta ser el dueño del otro deja ver un interior frágil, pues solo controlando al de su lado se siente fuerte. El poder real está en los que no necesitan de la sumisión ajena, sino que se sirven de la independencia, de su confianza y de su capacidad para luchar contra las adversidades que encuentran en su camino.