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CARACTERÍSTICAS DEL BUEN Y DEL MAL DIVORCIO

La palabra divorcio, cuando hace referencia a personas que conviven en un matrimonio o en alguna otra forma de pareja similar a este, alude a la ruptura legal de dicha situación; pudiéndose hablar de separación u otras palabras afines en los casos en los que la relación no se encuentra formalizada en algún tipo de registro dedicado a tal uso. Tanto en unas situaciones como en las otras, siempre hablamos de un proceso en el que dos personas que durante un tiempo han estado unidas por unos vínculos emocionales, psicológicos y, en algunos casos, jurídicos, rompen estos  por decisión mutua o de una o de las dos partes.

Al no tratase de un asunto únicamente burocrático y conllevar una ruptura progresiva de una conexión en otros ámbitos, debemos tener en cuenta que para que esta se lleve a cabo y que todo lo consolidado durante años llegue a desaparecer o transformarse es necesario que transcurra un tiempo considerable y que, en este, se vaya produciendo una desconexión o modificación progresiva de la situación conyugal inicial. La manera en la que se afronte este proceso será uno de las claves para que los divorcios o separaciones puedan ser considerados como buenos o malos.

Otro factor esencial a tener en cuenta es que las parejas no siempre viven solas, sino que, muy a menudo, forman unidades familiares mayores en las que incorporan hijos. La forma en la que se aborde la relación que seguirán llevando hijos y padres tras la ruptura y durante todo el periodo que duren todas las desvinculaciones y nuevas vinculaciones que esta conlleva, será  determinante para que la separación y el resultado de esta lleguen a ser positivos.

Buen divorcio.

En un divorcio o separación considerados como buenos,  los vínculos existentes en la situación inicial irán desapareciendo progresivamente y evolucionando hacia la ausencia de estos o hasta algo nuevo. Así, el interés afectivo y sexual deberá ir disminuyendo, a la vez que las confidencias  y las muestras de compromiso también tenderán a su reducción; moviéndose la pareja hasta una situación en la que el otro le es indiferente o en la que queda otra cosa diferente como puede ser una amistad o una relación circunscrita a los ámbitos en los que deben seguir estando conectados; por ejemplo, la crianza de hijos comunes. 

Para que sea posible el tránsito descrito, el paso de una unión a una separación no dolorosa, es necesaria la no existencia de contienda o la presencia de un grado moderado de esta y sólo al principio; lo que, a su vez, requiere de una asunción compartida de responsabilidades en la situación que llevó a que la vida en pareja no fuese factible y que, por  tanto, la separación pasase a ser la mejor opción.

En los casos en los que la pareja tiene hijos, aquellos que entienden que la ruptura conyugal no implica para nada que deben de dejar de actuar como padres y que, por tanto, alguno de ellos deba ausentarse de la crianza, podrán moverse hacia un espacio de equilibrio en el que se favorezca la finalización exitosa del proceso de separación, se promueva el bienestar real de los hijos y, consecuencia de ambas cosas, también el de los padres. Así, ambos progenitores deben de tener claro que los dos necesitan participar en partes, más o menos similares, de la educación y cuidado de los niños, que la pelea por acaparar el protagonismo es nociva y que situaciones en las que las luchas no resueltas en el plano de pareja son transmitidas a los hijos sólo conllevan malestar para todos. 

Mal divorcio.

En las rupturas nocivas es común que se apele a la contienda y a sentimientos como el odio y el revanchismo como elementos habituales en la relación con el otro; no existiendo, a diferencia de lo que ocurre en los casos de separaciones consideradas buenas, una asunción compartida de responsabilidades. Esto, pudiendo parecer en un principio como forma de alejamiento brusco, tiene el efecto contrario: la pareja sigue conectada por unos vínculos afectivos que, si bien ya no tienen nada de positivos, les mantienen en una situación de atasco que no les permite evolucionar hacia otros estados mucho más provechosos.

En los casos en los que existen hijos, en las separaciones negativas no existe una implicación real de ambos progenitores en la crianza. Normalmente uno de los dos asume el papel de padre o madre y el otro desaparece total o parcialmente, por voluntad propia u obligado por el otro. Además, es también común que se mezclen los vínculos negativos en los que queda fijada la relación conyugal, las peleas continuas, con la relación de padres. Así, son habituales situaciones en las que un miembro castiga al otro impidiéndole que participe en la crianza de los hijos, momentos en los que son usados estos como intermediarios de las quejas de un padre sobre el otro, ausencia de normas y límites en las relaciones parentales derivados del deseo de competir de manea insana con el otro progenitor por el favor de los niños, etc.

Conclusión.

El divorcio y la separación, cuando se escogen como respuesta para solucionar una situación de pareja que se convierte en no viable, puede ser una magnífica solución o, por el contrario, la perpetuación y empeoramiento de la solución dañina inicial. Los responsables para que se dé una situación u otra son los miembros de la pareja, estando en estos la posibilidad de avanzar y mejorar o, por el contrario, añadir dolor a sus vidas y a las de los hijos cuando estos forman parte de sus vidas. Por tanto, podría añadirse que también debería existir la obligación moral para que estos pongan todo su esfuerzo en avanzar hacia el modelo del buen divorcio y, por lo tanto, no caer en el del malo.

 

Autor: Juan Antonio Alonso

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