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LA LUCHA POR TENER LA RAZÓN Y EL DAÑO QUE ESTA PROVOCA EN LAS RELACIONES.

Una práctica que podemos observar habitualmente en las relaciones entre personas es la de la lucha o disputa por defender una determinada postura y lo que se entiende como tener la razón. Podría decirse que esto es algo casi universal y atemporal, pues casi desde que tenemos datos escritos de la existencia del ser humano podemos encontrar, de una manera u otra, un intento de hacer valer diferentes postulados como los auténticos. Así, es común encontrar a escritores, héroes, reyes,…, que en sus diferentes argumentaciones incluyeron la idea de que ellos tenían la verdad y los demás no. Hoy día, esto está tan presente o más que en tiempos pretéritos, consecuentemente, los diferentes medios de comunicación, más o menos tradicionales, están atestados de variadas opiniones, a veces lanzadas sin obtener  respuesta y otras de manera que derivan en debates de mayor o menor acritud, en los que el objetivo siempre es el mismo que persiguieron nuestros antepasados más remotos. Esto, además de en los espacios señalados, lo encontramos en otros más cotidianos como charlas con amigos, disputas laborales, discusiones con la pareja,…, donde lo habitual es  enfrascarnos en ese trabajo verbal que nos lleve a estar en lo cierto. Esta predisposición humana que nos lleva  a sentirnos bien cuando creemos poseer algo irrefutable es seguro que, si se ha convertido en algo tan importante y extendido, se debe a que algo de utilidad trae, pero, al igual, es indudable que puede conllevar algunos problemas que quieren ser tratados de manera breve en este artículo.   Aquí, la intención es poner la lupa en un ámbito, el de las relaciones con nuestros seres queridos y especialmente el de la pareja y familiares próximos, donde la búsqueda de la anhelada razón, en lugar de conducir a un punto en el que las personas puedan llegar a sentir cierto bienestar, acarrea  gran malestar. Antes, brevemente, se hará una pequeña reflexión acerca de las posibles causas que conducen a que esta tendencia del ser humano sea tan reforzante.

Si observamos el asunto nombrado en términos de necesidad de supervivencia y poder, parece cobrar sentido el hecho de que el poseer la verdad dota al que la tiene de una capacidad mayor que los demás que no son dueños de ella. La persona que sabe el qué, el cómo, el cuándo, etc., debe ser vista como valiosa y digna de ser respetada o temida, pues dependiendo del uso de la razón aquellos allegados se sentirán estimulados de forma positiva a seguir los designios de las personas con certeza,  debido a que esto aumentará la probabilidad de alcanzar algún tipo de beneficio, el cual es dado por el buen hacer que aportan esas personas tan válidas, o, en los casos, en los que el poseedor de la razón tienda al uso represivo, lo que impulsará a los demás será más bien el miedo y la evitación de cualquier represaría que puedan ejercer sobre ellos. Así, si esto lo valoramos a lo largo de la historia de la humanidad, parece que el tener razón se ha interiorizado por el ser humano como algo que aporta la capacidad de influir en los demás o evitar que alguien que sí la tiene lo haga sobre uno mismo. En otra forma, esto parece ser tenido como coraza y arma útiles en un mundo en el que la fuerza y el poder coercitivo son los que imperan, un ámbito donde los instintos que dominan tienen mucho que ver, de una manera u otra, con la supervivencia.

Ahora, pasemos a un plano diferente, dejemos atrás los ambientes en los que impera la ley del más fuerte y vayamos a otros muy distintos. Pensemos en las relaciones con los que nos quieren, prestemos atención a situaciones en las que las necesidades humanas no están tan ligadas a las más  primarias ya  esbozadas en el párrafo anterior y sí con otras algo más elevadas, las que tienen que ver con el establecimiento y mantenimiento de vínculos afectivos con los las figuras significativas, normalmente padres, hermanos, hijos, amigos y, dentro de estos, por la acumulación de problemas que suele traer, encontramos a la pareja. Aquí, en este ámbito, el ser humano persigue sentirse cuidado, amado, acogido, a la vez que respetado, libre y considerado, lo cual es muy diferente a lo que perseguían y persiguen los hombres y mujeres del pasado y presente que buscaban  y buscan ejercer su poder sobre los demás o defenderse de este. Así, si ante la necesidad de cercanía damos distancia y ante la necesidad de respeto ofrecemos una fuerza que intenta torcer la voluntad, lo que va a llegar no va a ser nada agradable, pues si tratamos al ser querido como a un oponente, al final, la relación se convertirá en eso, en una lucha. Ante esta aplastante lógica, como poco, resulta imposible creer que lo que sirve en un lado también se puede aplicar en el otro, resulta obvio que el usar diferentes argumentos o herramientas de fuerza para demostrar al otro tener razón no parece tener cabida en el mundo de las relaciones afectivas. 

La consciencia de que el poseer la verdad no nos sirve en las relaciones afectivas y que, además, perjudica seriamente a estas, nos lleva a plantear la necesidad de abandonar los comportamientos en defensa de esta y, por lo tanto, a buscar otros correctos, para lo que, según lo dicho, no nos queda otra que volver nuestra vista al sistema psicológico que interviene en el establecimiento y mantenimiento de las relaciones afectivas, conocido este es como sistema de apego y que, como ya se señala arriba, nos conduce a buscar una cercanía con el otro que nos haga sentirnos queridos a la par que respetados. Siguiendo la lógica, la forma de comunicación idónea en las relaciones humanas que implican afecto no es la de imponer ninguna verdad, sino la de hacer llegar al otro que estamos ahí, que lo entendemos, que sentimos lo que siente, que deseamos hacer el bien para él, que le dejamos ser como es,…, obviamente, para esto no solo bastan palabras, también gestos, acciones y suficiente tiempo para que todo esto convierta la relación en un entorno de estabilidad y seguridad que sirva de refugio al cual acudir cuando las cosas son difíciles, de almacén de afecto en el que repostar en épocas de carestía y de andamio desde el que poder levantarnos e ir un poco más allá.

 

Autor: Juan Antonio Alonso.