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¿POR QUÉ SON TAN DAÑINAS LAS DISCUSIONES EN LA PAREJA?

Cuando hablamos de discusión, lo hacemos de escaladas verbales o, lo que es igual, de una forma de intercambio comunicativo caracterizado por el uso de una larga serie de lo podríamos denominar ataques, contraataques, defensas y actos de huida, expresados de manera concatenada y alterna. En estas, además, el tono emocional de los que las ponen en práctica va aumentando progresivamente pasando de un leve enfado en el inicio hasta estados más extremos como la ira, la agitación máxima o el llanto conforme estas van avanzando. Lo más frecuente es que esto se de entre dos personas, pero no se excluye la posibilidad de que intervengan un mayor número.

Para poner en nuestra mente de manera rápida el fenómeno del que estamos hablando, basta con usar como ejemplo alguna disputa verbal improductiva que hayamos podido observar entre gente que se enzarza por temas de política, deporte u otra cuestión en la que sus posiciones sean bien diferentes. Más gráfica aún para el tema que aquí traemos sería cualquier momento vivido con nuestra pareja, presente o pasada, caracterizado por intentos estériles, cansados y dañinos de llegar a puntos de acuerdo mediante conversaciones en las que se acabó hablando vehementemente sobre cuestiones en las que nunca llegamos ni siquiera a acercarnos a esos puntos comunes anhelados.

En este tipo de luchas es muy característico que ambas partes señalen los defectos del otro y lo que ese mismo debiera haber hecho en un tiempo pasado de manera diferente, acompañado esto de un lenguaje no verbal y paraverbal agresivo: volumen alto, ceño fruncido, aspavientos,…Las conductas dirigidas de este modo, las cuales podríamos denominar ataques, suelen ir acompañadas de contraataques o, lo que es lo mismo, replicas que emite el receptor al primer emisor en en las que igualmente se le señalan las características personales o acciones no correctas.  

También son muy comunes por parte del que recibe los reproches nombrados las argumentaciones en las que se intenta refutar por medio de razones supuestamente más poderosas que las del otro lo que ese dijo. Sería algo así como vestir de evidencias todo lo que es criticado para así hacer con estas una defensa inexpugnable y de alguna manera salvaguardar una la verdad que cada vez es tenida como más real por el que comete este acto de defensa.

En estas situaciones no son extrañas ciertas acciones como el abandono repentino de la escena, rupturas emocionales en forma de llanto o nerviosismo extremo, o cualquier otro fenómeno que corte la dinámica presente y que pueda ser entendido como una forma de huida o salida de urgencia; no siendo en la mayor parte de casos ni planificadas ni conscientes, ni en la formulación ni en la intención.

Esta forma de enfrentar los desacuerdos no lleva a abordar las diferencias y, por el contrario, a lo que conduce es a intensificarlas. Así, en lugar de que las diferentes partes puedan conectar con el malestar ajeno y a que, a partir de ahí, pongan su empeño en planificar y ejecutar acciones que ayuden a mitigar a este, lo que ocurre es que ese dolor no es atendido, queda atrás y deja de ser prioridad debido a que lo urgente en esos momentos es ganar una batalla que de antemano no tiene vencedor posible. Como consecencia, además de quedar desatendida la problemática inicial se crea una nueva, la que emerge como resultado de la pelea desplegada.

Las largas disputas son el escenario ideal para que los que están implicados en estas lleguen a genera un gran dolor. Aquí, además del malestar que ya supone sentir que el otro no hace nada para conectar con el daño propio y sí que este muestre un estilo egocéntrico en el que su valía personal prima sobre la relación, la situación queda presta para que puedan generarse heridas muy profundas. Es muy probable que se provoquen desgarros afectivos graves como resultado de los señalamientos que son alimentados por emociones cercanas al odio, ataques en los que se muestran opiniones que hacen sentir muy poco valorado al que los recibe y, por el contrario, sí verse menospreciado por la persona que supuestamente debería de velar por su bienestar.

En la pareja, este tipo de escaladas son vistas con frecuencia y son propias del proceso conocido como polarización. En este, ambos integrantes, en lugar de trabajar por acercarse a las dificultades ajenas, lo que hacen es defender vehementemente sus posturas, abanderando lo que para ellos es la verdad y, por lo tanto, moviendose de manera progresiva a posturas cada vez más radicales. El resultado de esto es la acumulación de resentimiento y la desconexión progresiva de ambos.

En definitiva, esta forma comunicativa no solo no ayuda a resolver el dolor que pueda ser infligido por un miembro de la relación al otro o por los dos, sino que, además de dejar intacto ese daño inicial, provoca una corriente de nuevo sufrimiento que multiplica el efecto al primero. Así, con la falsa apariencia de intentar avanzar en la resolución de los problemas, donde se llega es a escenarios en los que se logra todo lo contrario, a la creación de nuevas dificultades a menudo muy importantes y a hacer que las ya existentes adquieran gravedad.

 

Autor: Juan Antonio Alonso.